Tu vida en la cocina

La cocina es la reina del hogar, un espacio donde el interiorismo resulta fundamental

Querida Lucía.

Cada carta tuya es una alegría para el corazón. Son ya dos años desde que te fuiste y aunque el dolor agudo que acompañó tu marcha ha desaparecido, de vez en cuando algún suspiro sobrevuela esta cocina para susurrarme que hay cuestiones que sólo el corazón puede entender. Sí, te contesto sentada en la cocina, ¿podría escribirte, precisamente a tí, desde otra dependencia de la casa, máxime con la ayuda que me pides en tu carta?

El hule de cocina sobre el que está escrita la carta a Lucía. Al fondo, sillas rústicas y horno.

Llueve. Y las gotas juegan alegres en el cristal. Se retan a ver quién es la primera que llega a besar al alféizar. Fue una idea formidable cambiar las ventanas de toda la casa. Quizás la mejor inversión que he hecho en años. Me hizo gracia tu enojo en la última cena con Nicolás, aquí en esta misma mesa, justo antes de que marcharais: «¡Por esas ventanas se te van a escapar hasta los recuerdos!», me reñiste. Por cierto, qué tal está Nicolás. Loco de contento y desbordante de ilusión por el embarazo, seguro. La paternidad le hará aún mejor hombre de lo que ya es.

El proyecto soñado

Doy vueltas y vueltas al café. Terminará frío y mareado. La verdad es que no sé por dónde empezar. Será que allá en lontananza atisbo la Navidad y sólo con pensar en el reencuentro me pongo tan nerviosa que aplazo todo lo demás. Vas a aprovechar las semanas de reposo y el permiso de maternidad ­–celebro que no hayas utilizado lo de ‘baja’, que tantas interminables tertulias al estropajo protagonizó, ¿recuerdas? ¡qué combativa era tu hermana!– para hacer la obra de la cocina, el proyecto más soñado desde que Nicolás y tú os comprasteis la casa en Estocolmo.

No amaina. El tintineo de la lluvia me recoge. Creo que voy a ceder la chaqueta de tanto cruzármela. Me he puesto otro café. Y el alféizar hace gala de una paciencia infinita. Ahora es el tobogán de las gotas, siempre tan impredecibles. Reitero, ¡qué obra más acertada. Parece otra casa. Le volveré a felicitar a la interiorista! Hija, ¿cómo puedo ayudarte a elegir la cocina de tu vida?

La determinación con la que me lo pides me llena de responsabilidad, porque la cocina de tu vida es tuya, y esta, desde la que te escribo, lo ha sido también, pero en esencia es mía y de tu padre. Desde luego que de alguna forma estará presente en la que vas a hacer junto a Nicolás. ¡Cómo no! Con todo lo que has vivido en ella, pero él también aportará su mundo interior. Será una mezcla de vuestros gustos, ilusiones, vivencias, deseos y, ¡ojo! vuestros errores, porque la cocina como cualquier cosa de la vida es un acierto apuntalado por cientos de errores. ¡En vaya fregado, nunca mejor dicho, que me he metido!

«Sin interiorismo la cocina de tu vida puede quedar como la música interpretada de oído»

¿Te acuerdas cuando jugábamos al ‘Prust’? Te morías de la risa. A tu padre le fascinaba En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Recreaba hasta el infinito el lento relato de la magdalena siendo untada, hasta que al grito de «¡prust!», caía en el tazón repleto de leche y lo salpicaba todo para tu delirio. Creo que jamás llegaste al colegio puntual. Sin ‘Prust’, como tú lo reclamabas, no había desayuno.

El hule que aún cubre la mesa de la cocina viene de entonces. Una aventura buscar uno fuerte y bonito, porque esa es otra: en esta casa no puede entrar nada corriente, no señora. Todo especial, de primera y con un sentido. ¡Caramba con el sentido de todo! La alacena y la mesa rústica nos costó dolores de ciática y sudores de lija, tapaporos y barniz. Lógicamente, no iba a consentir que ‘Prust’ arruinara tanto trabajo. Pero claro, el hule, en consonancia. Fuerte y con dibujos de casas, pero no de niños: casonas recias, firmes, de sillería.

Seguro que te estás riendo de la locura de tu padre. No es para menos. Y aún hay más, porque sobre ese hule a tu ‘Prust’ se le unió el camión de Laura repartiendo el pan casa por casa. Por cierto, ¿has hablado últimamente con tu hermana?

Interiorismo

Lucía, la cocina de tu vida es como un ser vivo que habita en tu interior y que necesitas plasmarlo. Y debes tener claro que siempre evolucionará. Llamarás al interiorista –¿has conocido a algún profesional en quien confiar? ¡Los suecos tienen buena fama!–, le contarás tus ideas, proyectos, deseos, etc. harás la obra y todo ello será sólo el primer paso, porque la vida, si vivida, evoluciona.

¿Crees acaso que nosotros siempre soñamos con tener una canasta atornillada encima de la ventana que da al patio o una pizarra con sus tizas de colores y borrador siempre empolvado junto al teléfono? Nosotros soñamos con hijos y el sueño se concretó en ti, Laura y Mario, cuya vitalidad nos desbordó a todos: deporte, pintura, escritura y música. ¿Cómo encauzar semejante vitalidad y hacerla soportable para el resto de la familia? No encontramos otra forma: añadiendo reformas a la idea original, sin variar un ápiz nuestro impulso inicial: la vida se desarrolla sobre todo en la cocina.

Encimera de granito de tres centímetros de grosor, color ‘Verde Laura’.

¿Te figuras esta cocina sin la canasta y sin la pizarra; sin Mario ensayando tiros de tres puntos con su mugrienta pelota de gomaespuma, o sin sus interminables explicaciones musicales en la pizarra? Estoy segura de que aún hoy contestarías en un santiamén si te preguntaran cuántos sostenidos tiene Re Mayor, por ejemplo. Y te diré más, aunque aprietes los labios al leer esto: las discusiones contigo y con Laura eran profundas, llenas de recovecos y, a veces, de vísceras, cuyos ecos vibraban en el silencio varias horas. Con él eran simples, básicas y primarias. Todo se solucionaba a la sombra de esta canasta.

« Ojalá alguien diga de vuestra cocina que no se os termina de conocer hasta que no se os visita »

Como ves, pese a su ligereza, pocas cosas hay en esta cocina hechas a la ligera. Miro en frente de mí y ahí está la encimera de granito, impertérrita, eterna. Jamás quise otro material que no fuera la piedra. Cuántos amasados y tipos de panes ha soportado. Cuántos trajines de esta noche viene la familia a celebrar el cumpleaños y no hay sitio para todos, que se las apañen porque nada une más que el roce y el calor de ese horno que Pedro se empeñó en comprar que alcanza hasta 350 grados para hacer pizza que todos devoran en segundos y luego nos costará horas despedir, limpiar y recoger, porque cómo se me ocurrió poner un techo de pizarra sobre ese horno que recoge toda el polvo, mira que a todo no llego y aquí no arrima el hombro nadie salvo para comer y digo esto que no lo siento pero que el agobio me empuja a gritar cosas de las que luego me arrepiento que ¡por qué no me estaré callada! pero por qué me voy a callar a mi edad y además si no lo he hecho nunca, que mi padre ya me decía lo guerrera que era que enseguida me arremango y allá voy, y así me llevo disgustos y penas que ni con pan.

Hogar

¡Ay hija! Cuánta historia brota de cuanto me rodea. Y por cierto, el color verde de la encimera de granito no es por casualidad. El verde es el color de favorito de tu hermana. «Verde Laura», tal cual. ¿Te lo había contado alguna vez antes? Otro guiño cómplice a la vida de esta familia. Y aquí debo decirte, de nuevo, la importancia de encontrar a una persona experta en interiorismo que canalice, ordene, proponga y concrete todo el caudal que llevas dentro y que quieres reflejar a tu alrededor. Sin un buen interiorista nuestro hogar, nuestra cocina, nos suele quedar como la música interpretada de oído. Ojalá que un día podaís escuchar: «No se os termina de conocer hasta que no se ve vuestra casa», una frase que nos dijo un buen amigo y que la llevamos bien grabada y custodiada.

No sé si te he valido de mucho. Al menos sabes que he puesto el corazón en escribirte. Me he quedado fría. Sigue lloviendo. Mario viene mañana a comer. Sacaré la pelota. Me preocupa Laura, sé que anda con líos con su vecino de abajo. Al parecer le han pasado humedades de su baño. Debe ser serio. Ya nos enteraremos. Le pediré a Mario que me acompañe a Correos para poner sello y enviarte la carta. Me encanta el ritual. Luego nos tomaremos un café con leche, sin canasta y sin pizarra.

(Continuará…)

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