La primera vez que los propietarios de esta casa de la calle Nueva del Casco Viejo de Bilbao entraron en Calicanto se produjo un pequeño choque de trenes. Ellos me pidieron algo que yo no podía hacer: llegaron con las ideas claras, tanto que incluso contaban ya con un presupuesto para la obra que querían hacer. Yo debía emitir una valoración, un juicio sobre el mismo. Imposible. No sólo porque, lejos de cualquier corporativismo, es deontológicamente inaceptable, sino también porque ante ellos me colocaba en una situación incómoda, más molesta que la rozadura de un zapato nuevo. Denegué la propuesta, agradecí la confianza depositada en mí y les pedí mi oportunidad y que fueran ellos quienes eligieran. Sin embargo, sólo obtuve como respuesta un sincero apretón de manos, una franca despedida y un anuncio que me anunciaron días después: «Paralizamos el proyecto».
INTERIORISMO
Pasaron varios meses, hasta que recibí de nuevo su visita. Esta vez sólo ellos, sin nada en la cartera. Me iban a explicar sus ideas. Nos sentamos. Poco a poco fueron saliendo las ideas y al brotar se iban clarificando: la calle Nueva del Casco Viejo es silenciosa, estrecha y, por lo tanto, de escasa de luz en los primeros pisos, sobre todo durante el otoño y el invierno. Su deseo era acometer una reforma integral para llenar de luz la vivienda. Junto a ello, deseaban hacer una cocina nueva y cambiar el suelo de madera, que ya estaba «viejo». El plan era básico, quizás rudo y primario. Era el ‘plan bulldozer’.
Es decir, para la luz, se tiran las paredes; para la cocina, se rompe todo y se vuelve a hacer de nuevo y para el suelo un parquet flotante. Ya sólo bastaría fijar el precio de toda esa operación. Desde luego, hay que reconocer que en apariencia el plan es efectivo y rápido. Sin embargo, dista mucho de ser el adecuado, porque en su simpleza está la génesis de su fracaso. Ese plan hay que ‘aterrizarlo’ y establecer los costes: qué materiales, qué supone tirar paredes, qué suelo poner. Y sí, al final se puede establecer una cantidad de dinero. Pero ese coste ¿asegura por sí mismo un resultado que, dicho sea de paso, aún nadie lo había mencionado?
De hecho, esa expectativa existe en cualquier proyecto desde el principio y es por ella por la que hay que empezar. Habrá más luz, desde luego, habrá cocina y suelo nuevo, pero ¿nos sentiremos a gusto? ¿será ‘nuestra’ luz, ‘nuestra’ cocina, ‘nuestro’ suelo? Tanto en las reuniones en Calicanto como en la casa de los clientes, pudimos ir descubriendo los gustos, los deseos, los usos y la forma de vivir de la familia que habita casa de la calle Nueva, y en función de todo ello acometer una obra que a todas luces -nunca mejor dicho para un primer piso del Casco Viejo de Bilbao- era compleja.
LOS FOGONES
En primer lugar, decidimos que no era necesario tirar ninguna pared. Abriríamos una gran ventana en la que separaba la sala comedor de la cocina, cuyo cristal sería trasparente o traslúcido a voluntad. Me explico: los dos espacios que divide quedan a la vista el uno del otro, pero si se desea pueden quedar ocultos entre sí pulsando un interruptor que activa un circuito eléctrico que convierte a la ventana en una fuente de luz cálida que ilumina los dos espacios y a la vez los separa, los hace ‘invisibles’ entre sí.
En la misma pared además se abriría una puerta de cristal. De esta forma, se cumplían dos objetivos establecidos en el proyecto de interiorismo: dotar de luminosidad las dos estancias, ya que la luz de la calle -la casa es exterior- pasa de un lado a otro con naturalidad; y unir cocina y sala comedor «guardando una sana distancia» pero interactuando ya sea para una conversación, ya para poder compartir la televisión con quien se encuentra en la cocina o cualquier otro uso.
Pero la reforma integral no se paraba ahí. La cocina, en la que colocar una isla en el centro a modo de puente de mando era un deseo sine qua non de los clientes, debía reflejar por sí misma no sólo el más mínimo rayo de luz que entrara de la calle -objetivo en toda la obra- si no también el espíritu juvenil y práctico de los propietarios. De ahí la combinación de colores claros incluso en algún punto chillones como el amarillo, bien marcados y realzados por el negro y la eliminación de cualquier elemento de adorno ‘ad hoc’ en favor de la limpieza en las líneas.
DE ESTAR, EN LA SALA
En la sala comedor, siguiendo con los puntos marcados en el proyecto de interiorismo para esta casa, nos encontrábamos con una librería enorme, de buenas hechuras pero avejentada y de pálido reflejo tanto en lo que por sí misma transmitía como por lo que aportaba al conjunto. La opción elegida, dada la buena salud de esta boiserie, fue un lacado natural de alta calidad en blanco, como la carpintería de toda la vivienda, para destacarla del gris perla en el que se pintó esta habitación.
De la luz, además de los ventanales exteriores dispuestos a dejar entrar al más reacio de los rayos solares, se encargaba también un coro de leds downlight controlado por grupos desde el cuadro de interruptores situado a la entrada de la sala, por donde también era -y es- bienvenida la luz que llega desde un amplísimo patio interior tan característico de muchos edificios del Casco Viejo de Bilbao. En esta entrada, se optó por una puerta de cristal sujeta por un fornido grupo de bisagras que permiten que, sin estar cerrada del todo, la puerta sólo impida el paso a las corrientes de aire que se forman cuando el patio interior y la calle se comunican.
TARIMA O SAPELLI
Y el último capítulo es para el suelo, que ha sido a la entrega de la obra una de las reformas más reconocida por los clientes. Los buenos dentistas subrayan que el implante sólo es indicado cuando el deterioro del diente es tal que no queda otro remedio que recurrir a él. En el caso del suelo de esta casa pasaba algo parecido.
La idea inicial de los propietarios era poner parqué flotante. Ciertamente, a la vista estaba feo, pero al tacto la realidad era otra: se trataba de listones de sapelli que aguantarían perfectamente una rehabilitación tan profunda como cariñosa. No merecían ser tapados por una tarima que, como mucho, iba a igualar una calidad que encerrada tras años de uso inmisericorde -como cualquier suelo- esperaba ser rescatada. El excelente acuchillado y posterior barnizado natural rescataron y realzaron el suelo y toda la reforma integral que se apoya -y se refleja- en él.